La atención psiquiátrica en clave de mujeres y diálogo con el feminismo insurgente
Este escrito recoge las inquietudes, experiencias y revisiones temáticas que han
poblado mi quehacer como psiquiatra clínica en la búsqueda de explorar y
comprender la problemática del género y su relación con el devenir psíquico de
las mujeres. Ha sido un proceso de ampliación y construcción de una mirada
diferente que consiguió profundizarse tras la experiencia de acompañar en
terreno una parte del proceso de paz colombiano con la guerrilla de las
FARC-EP. He tenido pues oportunidad de recopilar testimonios de mujeres
insurgentes y escuchar las voces de sus discursos y de sus prácticas. Paso pues
a compartirles los puntos de referencia del mapa de un territorio profundo que
ha existido en el lado invisible del mundo.
Sobre psiquiatría y género se ha
venido produciendo literatura en los últimos diez años, lo suficiente como para
haber inaugurado todo un campo de discusión y desarrollo. Colegas y
profesionales de diferentes disciplinas de varios países latinoamericanos
(Argentina, Chile, Ecuador, Perú, Costa Rica, entre otros) han desarrollado investigaciones
y han acumulado experiencias en las fundaciones especializadas y ONG´s que
abrieron sus puertas a la atención de mujeres, con arrojo y decisión
inicialmente desde el sector civil.
De la psiquiatría se pasó a la
salud mental en el auge del desarrollo conceptual y normativo de los estamentos
internacionales de salud (OMS, OPS). De adolescente, la palabra psiquiatría me
sonaba a órtesis, a prótesis, a hormas que corregían posturas. Ese es el
referente más normativo y restringido del quehacer del psiquiatra. Hoy día
entiendo que desde la salud mental, se llama a la psiquiatría a entregar sus
mejores técnicas y avances para que cualquier persona pueda llevarse al más
alto estado de bienestar, consciencia e integración social que pueda lograr.
Pareciera pues que hablara de un
cambio. Y sí; la perspectiva introducida por los derechos humanos,
particularmente por los derechos de las mujeres, desafió al modelo biomédico a
ubicarse en un lugar distinto del saber y del hacer. Si la salud es un derecho
constitucional y no el silenciamiento de la enfermedad o el triunfo sobre ella,
el ejercicio tradicional de la medicina quedó cuestionado bajo una óptica
postcolonialista, a repensarse como instrumento o vía al servicio de la
potencialidad de agenciamiento del sujeto en torno a su autonomía, su
gobernabilidad y su individuación. En la rama de la ginecobstetricia esta
especie de revolución se ejemplifica más claramente. La ginecobstetricia
tendría que dejar de convertirse en el compilado protagónico del saber sobre
las enfermedades en cuyo campo de dominio se somete la mujer que sufre o padece
de, para pasar a la salud sexual y reproductiva. Aquí la mujer y las
necesidades y vicisitudes de su complejo existir social, biológico y
psicológico, determinarán cuándo y de qué modo los recursos capitalizados por
la medicina vendrán a apoyar sus máximas posibilidades de vivir una vida digna,
provechosa para sí y autónoma. Creo pues que hablo de otra organización para el
ejercicio de la medicina y de otras médicas y médicos pero sobretodo de la
posibilidad de una regulación social de sus políticas.
Retomo nuevamente el campo de la
salud mental y el género. Varias aristas han conseguido desarrollos
importantes. Inicialmente las diferencias neuropsicológicas entre hombres y
mujeres ocuparon un buen tiempo de atención. Luego se abrió paso la reflexión
sobre los modos, maneras y patrones diferenciales entre hombres y mujeres de
manifestar el malestar, los síntomas y la enfermedad mental, para terminar en
una suerte de perfil epidemiológico guía del debate. De los estudios sobre
encuestas nacionales comparables sobre trastornos mentales, varios autores han
concluido que las mujeres presentan prevalencias más altas y tienen más
probabilidad que los hombres de sufrir depresión y ansiedad. Los hombres
presentan mayores prevalencias de abuso y dependencia de alcohol y otras
sustancias. Según algunos de los autores, las mujeres tienen más probabilidad
de desarrollar un trastorno límite de la personalidad y trastornos de la alimentación.
En general se destaca que las mujeres no solo presentan tasas más elevadas de
trastornos mentales que los hombres, sino también síntomas más graves y
discapacitantes. No obstante este perfil quedaría corto sin la visión que da la
perspectiva de género.
El análisis de género nos ha
mostrado claramente que lo femenino y lo masculino son construcciones sociales
que hablan de cómo la sociedad ha entendido y asumido las diferencias sexuales
pero también parece claro ya, que sobre bases sociales, económicas y políticas
desiguales. Se trata pues de un conjunto de pensamientos, emociones y actitudes
que ha asignado más valor a lo masculino que a lo femenino en una relación de
poder entre ambos sistemas. Esta categoría de análisis tiene una vertiente
colectiva y otra individual y parece haber una inhibición cognitiva individual
que impide la toma de conciencia genérica. Se trata de un mecanismo poderoso
por cuanto el género se estructura e internaliza en la primera infancia y queda
anclada a factores cognitivos y emocionales que desde el punto de vista
psicológico hacen más difícil su deconstrucción. Como bien señala Bordieu, las
mujeres han incorporado en su identidad las estructuras mediante las cuales se
materializa la dominación que sufren, por lo que la sumisión no es el efecto de
un acto de la conciencia y la voluntad. Esta introspección es muy contundente
por cuanto relativiza y desprivatiza gran parte del conflicto de la mujer en su
vivencia como sujeto en una sociedad patriarcal. Produce un efecto descompresivo
y liberador.
La condición de subordinación que
caracterizan los roles tradicionales femeninos, en términos de que las mujeres
han sido socializadas para satisfacer las necesidades de otros y no las suyas
que pasan a ser secundarias, la rigidez de estos roles, la ausencia de
gratificaciones, la incompatibilidad de estas funciones con las necesidades y
aspiraciones de muchas y la sobrecarga de la jornada de trabajo, van emergiendo
como problemáticas de salud mental de las mujeres. Así mismo, surge un
estereotipo del sujeto femenino: altamente irritable, desequilibrada,
sugestionable, dado a la fantasía, sin límites y a la sinrazón. Esta forma de
pensar ha terminado por encontrar una relación entre el estereotipo de la
feminidad y la locura tras la segunda guerra mundial, tal como sucediera con la
histeria y la mujer. Este nexo de carácter peyorativo, pero en todo caso social
e histórico, puede autorizarnos a leer el fenómeno de la locura en la mujer
como un camino de resistencia o como refugio o capa bajo la cual podía existir
u ocultarse conductas y pensamientos que transgreden el orden establecido. La
resistencia a la opresión y la discriminación. Un mecanismo sin embargo muy
costoso por las implicaciones sociales de la etiqueta psiquiátrica: suicidio,
aislamiento, silencio, estigma, sufrimiento psíquico y físico.
La perspectiva de género en
materia de salud mental no solo habla de los orígenes o factores asociados a la
emergencia de entidades clínicas psiquiátricas; amplía su discurso para incluir
aspectos de la evolución de los síntomas, del contexto del ciclo vital y
biográfico como gran marco de la enfermedad, de la subjetividad frente a la
experiencia de los síntomas psiquiátricos, de los modos de recuperación y de
los núcleos sanos que ayuda a la mujer a transitar los estados de alteración.
De este modo de enlazan el
análisis de género, la subjetividad y la enfermedad mental. Las diferencias
(geográficas, culturales, económicas, sociales, étnicas) condicionan la
experiencia de cada mujer en su tránsito por la enfermedad mental o por las
constelaciones sintomáticas de sufrimiento. La subjetividad se entiende como la
elaboración única que hace el sujeto de su experiencia vital. En razón a que la
enfermedad mental se considera un evento vital, la subjetividad la registra la
más de las veces como una fisura biográfica y en la identidad de algún modo
particular. Aquí el o la psiquiatra juega un papel definitivo para conversar y
pensar en torno a cómo la mujer vive la enfermedad, que significados le
atribuye según la etapa de su ciclo vital, que aspectos de su identidad de
género se ven afectados, qué mandatos de género empeoran su experiencia con los
síntomas. Este momento de entrecruzamiento de caminos es de especial
importancia para que aparezca un profesional sensible que contrarrestre la
adquisición de ideas culpabilizantes, moralizantes y destructivas en un momento
de gran vulnerabilidad. El trastorno mental es una posibilidad humana, incluso
un derecho, puede ser abordable e integrable. Si la posibilidad de enfermar de
la mente o de convivir con síntomas, en las mujeres se asocia en gran parte a
la desigualdad estructural y la enfermedad se atiende o acompaña en clave de patologización,
se cierra en medio del silencio íntimo, la transformación y la trascendencia
para miles de mujeres. Se trata de la
enajenación y la alienación por vías de enemistarse y entrar en guerra con la
propia mente.
¿Por qué hablar de violencia en
el terreno de la discusión sobre psiquiatría y género? Porque la desigualdad
conduce a la violencia de género. La violencia aparece como la principal
amenaza para el goce efectivo de todo el resto de derechos de las mujeres. Tener
derecho a vivir una vida libre de violencias es algo inimaginable o impensable
para millones de mujeres. La violencia victimiza y mina las posibilidades de
desarrollo y doblega la creatividad. La inequidad de género que conlleva
discriminación y violencia, también permea las instituciones dedicadas a
atender la salud mental. Los cuidados deben extremarse por cuanto el
dispositivo de atención en salud mental puede perpetuar o acrecentar de modo
simbólico, las violencias hacia las mujeres.
El ejercicio de la psiquiatría
debe abstenerse de sus cuatro modos negativos y tristes de operar: la
patologización del malestar y de la victimización por la violencia de género,
la psicologización de los sufrimientos propios de las vicisitudes de la vida de
las mujeres, la prescripción de fármacos frente al vacío de comprensión o la
incapacidad de escucha y la invisibilización de las problemáticas de las
mujeres en sus necesidades sexuales y reproductivas.
¿Qué sería entonces una atención psiquiátrica o de salud
mental en clave de mujeres?
La reflexividad es un elemento
esencial a la hora de la atención porque se trata de poder recibir las
problemáticas que usualmente quedaban por fuera del espacio de conversación y
no hacían parte de la deseabilidad del rol de paciente mujer. Abordar los temas
prohibidos, aquellos tachados de feos y de indeseables. La pobreza, el estrés,
el desempleo, el desamor, la violencia, la resignación, los duelos por las
pérdidas de los padres, del cuerpo, de los hijos, de los trabajos, de las
relaciones, de las idealizaciones, las angustias por la anticoncepción y por la
concepción, la guerra, la tendencia destructiva, controladora o invasiva, los
odios, la sexualidad adolescente y senil. Partes de la vida escindidas de la
atención emocional tendrían que encontrar vías de acceso al dispositivo clínico
en salud mental.
La creatividad aunada a la
reflexividad podrá servir al clínico para hacer nuevas preguntas en los
matrices del conversar. El modelo biomédico aprendido se instaló en la consulta
a través de una serie de preguntas que limitan la mirada. Poder formular nuevas
preguntas para facilitar el pensar y el efecto terapéutico de la conversación, está
a la orden del día.
El dispositivo de salud obra en
un plano simbólico donde se juega el poder médico. Poder pensar desde la
investidura de poder, la recuperación y la transformación, permitirá emitir
reflexiones diferentes con la mujer, en lo que se conoce como empoderamiento
frente a sus síntomas y los cuidados a que haya lugar.
La autonomía del pensamiento y la
autogobernabilidad podrán ser elementos abordables en la atención. Es un
espacio en construcción que hace que la atención psiquiátrica puede estar al
servicio de la dignificación del sujeto mujer.
La terapia género sensitiva
aparece como una postura terapéutica que facilita las nuevas modalidades de
atención que se requieren. Se basa en el
reconocimiento de que para las mujeres, vivir en una sociedad sexista y
patriarcal, ha tenido un costo en su salud mental. La terapia género sensitiva
pone la problemática particular de la mujer en un contexto social sexista y de
diferencias de poder en los diferentes ámbitos.
Nombra la opresión y permite ver sus consecuencias en la autoestima, el
poder y la autonomía. Esta terapia se apoya de exploración y confianza en los
recursos internos y su capacidad para cuidarse y autocurarse. Ayuda a
identificar destrezas para una vida independiente. Analiza las diferencias de
poder para diferenciar lo externo de lo interno, reconceptúa los padecimientos
para disminuir la culpabilización por la victimización. Propender por validar
las percepciones y reducir los sentimientos de inadecuación.
Incorporar estudios de género en
el entrenamiento de los profesionales en salud mental para tener una mejor
comprensión de los problemas que afectan a las mujeres, su diagnóstico y su
acompañamiento clínico. Así como la revisión de conceptos implícitos,
prejuicios y actitudes propios de una socialización de género particular que se
traducen en la atención clínica de modos adversos. Los estudios de género
permiten ver cómo las actitudes y los valores que internalizamos puede alterar
el diagnóstico pero sobretodo el tratamiento que se ofrece a las mujeres.
Ahondar en los puentes de
comunicación entre la salud mental y la salud sexual y reproductiva será una
línea de investigación y de acción que siempre traerá frutos provechosos para
la atención a mujeres.
El ciclo vital de la mujer como
gran marco de la ocurrencia de la enfermedad. ¿La enfermedad aparece en la
adolescencia, en la juventud, en la madurez, en la senilidad? ¿El impacto de
sus síntomas ha sido recogido por la identidad como mujer? ¿Ha implicado el
proceso de subjetivación de la maternidad? ¿Ha sido la enfermedad un recipiente
de nuevas etiquetas de discriminación? La invitación queda abierta…
Particular atención merece la
mujer víctima de violencia de género en la identificación de los síndromes de
malestar y el acompañamiento en el proceso de transformación. Así mismo la
mujer victimizada quien cursa con una enfermedad psiquiátrica o que presenta
una enfermedad psiquiátrica y que vive en un contexto de violencia amerita un
espacio de discusión bien personal, bien colectivo. La integración a equipos
interdisciplinarios de discusión y de autorreflexión siempre es recomendable.
Ante este panorama así organizado,
¿qué viene a decirnos el feminismo insurgente? El feminismo insurgente de las
FARC-EP ahora FARC, se perfila como una elaboración teórica fruto de las
experiencias y saberes gestados en la clandestinidad, es decir desconocidos e
ignorados, propios del proyecto revolucionario de base comunista que desarrolló
esta organización guerrillera. El papel de las mujeres fue definitivo para el
desarrollo y el sostenimiento de la lucha armada y política. Para muchas
mujeres, especialmente la de origen rural fue una opción de vida diferente, una
oportunidad para escapar de un destino triste de exclusión y opresión. La mujer
fariana optó por la vida político militar también como una manera ritual de
inscribir socialmente su juventud y de abrirse un camino en el futuro,
subordinó su posibilidad reproductiva a un proyecto colectivo más grande a
través de un control reproductivo consciente, descriminalizó la interrupción
voluntaria del embarazo, se formó en los conocimientos de los horizontes
sociopolíticoeconómicos del país y del mundo y porta una voz de clase que
reclama participar en el poder y en la vida pública de la nación porque tiene
un saber histórico de pueblo y de territorio.
En el marco de la guerra logró paradójicamente, refinar bajo la ley de
la supervivencia, la comunicación con hombres con quienes tendió relaciones
afectivas y de convivencia. No vivió en matrimonio y pudo ejercer su sexualidad
con libre elección.
Su discurso no viene propiamente
de los derechos humanos aunque se encuentra con ellos, viene de un acervo
insurgente labrado en la cotidianeidad guerrillera que viene a plantearnos
aportes y desafíos. Viene a recordarnos que
las divisiones clasista, racista y sexista han sido formas violentas de
interacción humana que se han profundizado y extendido en el capitalismo. Viene
a contarnos que la igualdad en los roles, sin estereotipos discriminatorios es
alcanzable, que la emancipación de la mujer no le compete individualmente a
cada una como una exigencia más del sistema pero es una posibilidad colectiva
que termina facultando la autonomía y la amistad con la propia mente y el cuerpo;
que la violencia contra la mujer puede disminuirse con dispositivos de
regulación político-privada, y que las limitaciones en el plano ideológico y
cultural propias del patriarcado deben reconocerse para direccionar los
objetivos de vida. Viene a alertarnos de la falsa libertad como una trampa
ideológica ligada al sistema de producción económica imperante, que llama a
triplicar el trabajo y las exigencias y a perpetuar el orden hegemónico de
corte partriarcal, al negar la lucha de clase también entre las mujeres; esta
lucha encuentra sofisticadas maneras de discriminar y segregar mujeres de
sectores excluidos normando los temas más álgidos y vulnerables de la vida y la
psiquis de las mujeres, por las propias mujeres, rompiendo la sororidad y escondiendo
un arma mortal entre las relaciones y las miradas de unas y otras. Viene a
recordarnos que el patriarcado consigue volverse una estructura mental y
cultural que opera quebrantando a las mujeres y que está arraigada en la forma
de entender el mundo de los seres humanos. Finalmente viene a hablarnos de la
emocionalidad; estas mujeres han enfrentado el miedo de modo distinto, han
reconfigurado el riesgo, se han apropiado de la rebeldía y no le han temido a
la agresividad propia.
Estos elementos permiten pues
desplegar el pensamiento y la creatividad para pensar la paz con justicia
social. También para repensar el asunto de la salud mental y los modos de su
atención desde los dispositivos clínicos sin perderlos de vista como formas de
poder. Por ahora se propone escuchar
desde un lugar diferente y permitirse el uso pleno de las facultades mentales
para mirar el mundo que nos rodea en este país.
Ximena Cortés Castillo
Médica psiquiatra
Integrante Corporación de Salud Abran la Puerta